Ejercicio, inmunidad y la pandemia del COVID-19
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Ejercicio, inmunidad y la pandemia del COVID-19

Richard J. Simpson, Ph.D., FACSM  |  April 16, 2020

immune system exercise covid19El sistema inmune humano es una red altamente complicada de células y moléculas diseñadas para mantener al hospedero libre de infección y enfermedad. Se sabe que el ejercicio tiene un impacto profundo en el funcionamiento normal del sistema inmune. Se ha demostrado que tener puntajes más altos de aptitud cardiorrespiratoria, ajustados según el sexo y la edad, y ejercitarse regularmente a intensidad entre moderada y vigorosa conforme a las guías del ACSM, mejoran la respuesta inmune a la vacunación, disminuyen la inflamación crónica de bajo grado y mejoran varios indicadores inmunes en varias enfermedades, entre las cuales se incluyen el cáncer, VIH, enfermedad cardiovascular, diabetes, limitaciones cognitivas y obesidad. La continua pandemia del COVID-19 ha hecho que surjan muchas preguntas con respecto a cómo el ejercicio nos puede proteger de una infección subiendo las defensas. Esto se vuelve más pertinente ya que varios de nosotros vemos restringido el acceso a gimnasios y parques donde normalmente nos ejercitaríamos y haríamos nuestro régimen de actividad física. Para complicar el problema están los efectos del distanciamiento social y el confinamiento sobre la inmunidad: los glucocorticoides como el cortisol se elevan durante períodos de aislamiento y confinamiento y pueden inhibir muchas funciones críticas de nuestro sistema inmune. Cuando estamos estresados, la capacidad de nuestras células T de multiplicarse en respuesta a agentes infecciosos se reduce notablemente, al igual que la capacidad de ciertos linfocitos efectores (por ejemplo, Células NK y Células T CD8+) de reconocer y matar células en nuestro cuerpo que se han hecho cancerígenas o han sido infectadas con virus. También es vitalmente importante que nuestras células inmunes mantengan la capacidad de redistribuirse para que puedan “patrullar” áreas vulnerables en nuestro cuerpo (por ejemplo, la parte superior del tracto respiratorio y los pulmones) para impedir que los virus y otros patógenos encuentren un punto de apoyo para la invasión. Este proceso también es importante para reducir al mínimo el impacto del virus y acelerar la resolución viral si nos infectamos.

Cada sesión de ejercicio, en particular el ejercicio cardiorrespiratorio dinámico que involucra todo el cuerpo, moviliza de forma instantánea literalmente miles de millones de células inmunes, especialmente aquellos tipos de células capaces de ejecutar funciones efectoras tales como el reconocimiento y eliminación de las células infectadas con virus. Las células movilizadas ingresan primero a la sangre desde repositorios vasculares marginales, el bazo y la médula ósea, para después transitar hacia tejidos y órganos linfoides secundarios particulares de los pulmones y el intestino donde podría ser necesaria una defensa inmune aumentada. Las células inmunes que se movilizan con el ejercicio están activadas y “buscando pelea”. Su recirculación frecuente entre la sangre y los tejidos funciona de modo que aumenta la vigilancia inmune del hospedero, la cual, en teoría, nos hace más resistentes a las infecciones y nos equipa mejor para enfrentar cualquier agente infeccioso que haya logrado establecerse. El ejercicio también libera varias proteínas que pueden ayudar a mantener la inmunidad, en particular las citocinas derivadas de los músculos como el IL-6, IL-7 e IL-15. Se ha demostrado que la citocina IL-6 dirige el tránsito de las células inmunes hacia las áreas infectadas, mientras que la IL-7 puede promover la producción de nuevas células T del timo y la IL-15 ayuda a mantener los compartimentos periféricos de las células T y NK. Todo lo anterior trabaja conjuntamente para aumentar nuestra resistencia a la infección. El ejercicio es especialmente beneficioso para los adultos mayores, quienes son más susceptibles a las infecciones en general y también han sido identificados como una población particularmente vulnerable durante este brote de COVID-19.

En este sentido, es de vital importancia que intentemos mantener nuestros niveles de actividad física dentro de las pautas recomendadas. No solamente puede haber un efecto positivo directo del ejercicio en las células y moléculas del sistema inmune; se sabe también que el ejercicio puede contrarrestar los efectos negativos del estrés por aislamiento y confinamiento sobre varios aspectos de la inmunidad. A pesar de que actualmente no existen datos científicos acerca de los efectos del ejercicio sobre los coronavirus, sí hay evidencia de que el ejercicio puede proteger al hospedero de muchas otras infecciones virales, incluyendo la influenza, el rinovirus (otro causante del resfrío común) y virus del herpes como el Epstein-Barr (EBV), la varicela zóster (VZV) y el herpes simple tipo 1 (HSV-1). El trabajo del laboratorio de Jeff Woods en la Universidad de Illinois mostró que el ejercicio regular de intensidad moderada durante una infección activa de influenza en ratas las protegió de la muerte. También promovió una composición favorable de células inmunes y un cambio en las citocinas en los pulmones que se asoció a una prolongación de la supervivencia. Un énfasis importante de nuestras investigaciones es entender cómo el ejercicio puede mitigar los efectos negativos del estrés para mantener la función inmune, en particular durante períodos largos de aislamiento y confinamiento como los experimentados durante los viajes espaciales. Recientemente, nuestro grupo mostró que aquellos astronautas que tuvieron mayor aptitud cardiorrespiratoria y mayor resistencia muscular previas al vuelo, antes de una misión de seis meses en la Estación Espacial Internacional, tuvieron menor probabilidad de reactivar EBV y VZV durante la misión. Las copias del ADN viral del EBV también fueron menores en los astronautas más aptos, lo cual indica que su capacidad de infectar a otros también se vio disminuida. Más aún, aquellos astronautas que tuvieron niveles de aptitud física más bajos antes del vuelo y regresaron a la Tierra con los peores niveles de desacondicionamiento, mostraron mayor probabilidad de haber reactivado un virus durante la misión. La reactivación viral es un indicador de que nuestro sistema inmune se ha debilitado, lo cual, en este contexto, creemos que se debe especialmente a los factores estresantes asociados con el aislamiento y el confinamiento. Estas investigaciones indican que el ejercicio, además de los efectos directos sobre las células y moléculas del sistema inmune mencionados previamente, puede ser una medida efectiva—inducida por el estrés—para ayudar a mantener la función inmune y disminuir el riesgo de infección.

En estos momentos, el mayor riesgo de la infección COVID-19 es verse expuesto a ella. Es de suma importancia que encontremos formas creativas de ejercitarnos al mismo tiempo que mantenemos el distanciamiento social (físico, N. del T.) y las medidas de higiene apropiadas. Si bien es cierto que el ejercicio podría no impedir que nos infectemos si nos vemos expuestos, es probable que al mantenernos activos impulsemos nuestro sistema inmune para ayudar a reducir al mínimo los efectos perjudiciales del virus, para mejorar nuestros síntomas, para acelerar nuestra recuperación y para disminuir la probabilidad de que podamos infectar a otras personas con quienes entremos en contacto. Esta es solamente mi intuición, pero espero que después de esta pandemia se genere una gran colección de investigaciones sobre inmunología del ejercicio, de manera que podamos ofrecer más recomendaciones específicas pertinentes al riesgo y al control de la infección, tanto en poblaciones saludables como clínicas.


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Rickie SimpsonRichard J. Simpson, Ph.D., FACSM, es Profesor Asociado en los departamentos de Ciencias de la Nutrición, Pediatría e Inmunología de la Universidad de Arizona. Sus intereses de investigación tienen que ver con los efectos del envejecimiento, el estrés y el ejercicio sobre el sistema inmune. Sus áreas de interés especial incluyen entender: 1) cómo el ejercicio y otras intervenciones conductuales pueden contrarrestar la disminución en el funcionamiento normal del sistema inmune relacionada con el envejecimiento (la inmunosenectud); 2) cómo la señalización de los receptores adrenérgicos se puede utilizar para mejorar productos celulares para ser utilizados en el transplante hematopoyético de células madre e inmunoterapia; 3) la interacción entre los sistemas inmune y neuroendocrino durante el alto rendimiento humano y el aislamiento extremo (es decir, los viajes espaciales); y 4) cómo las infecciones virales persistentes tales como el citomegalovirus (CMV) pueden alterar el fenotipo y la función de las células T y las células NK para proteger al hospedero de algunas malignidades hematológicas. El Dr. Simpson es miembro Fellow del ACSM y presidente electo de la Sociedad Internacional de Inmunología del Ejercicio (International Society of Exercise Immunology, ISEI). Sus investigaciones tienen financiamiento de múltiples fondos de la NASA, la NIH (Instituto Nacional del Cáncer) y la industria.

Traducido con permiso directo del autor como un servicio público del Centro de Investigación en Ciencias del Movimiento Humano de la Universidad de Costa Rica (CIMOHU), 2 de abril de 2020.